Primer pabellón conyugal

Foto tomada de Internet

Por Pablo Pacheco Avila

Los meses siguientes a la huelga que habíamos protagonizado con éxito los presos que vivíamos en “La Polaca” transcurrieron con relativa normalidad. El nuevo reeducador visitaba con frecuencia las celdas, nos entregaba La correspondencia tres veces a la semana y el periódico lo enviaba con los militares que contaban a los reos en la tarde.

Casi cinco meses habían pasado desde mí llegada a la penitenciaría de Agüica. Una visita de treinta minutos con mi esposa, un hermano y mi pequeño hijo y otra de dos horas de duración con las mismas personas eran los únicos contactos que había tenido con el exterior del recinto carcelario. En el primer encuentro no permitieron que mi familia dejara alimentos, solo aseo personal y en la segunda permitieron treinta lbs. de productos alimenticios y de aseo personal, pero no admitieron tabacos y cigarros pues había declarado que no fumaba.

Mi mundo había cambiado de planeta y lo peor es que no lo comprendía. Tanto ensañamiento contra nosotros no era normal. Después comprendí que el régimen comunista nos miraba como enemigos peligrosos porque osábamos desafiar su poder. Habíamos escogido vivir sin miedo ni doble moral, una actitud que no podían perdonar los verdugos del pueblo cubano.

Llego el día más esperado en meses para mí: él pabellón matrimonial.

Mi esposa llegó a las 10:00 am. Era la hora establecida por la policía política y la dirección del penal. Requisaron todos los alimentos que llevaba y su cartera. Una militar le pidió se quitara la ropa antes de entrar al cuarto donde pasaríamos tres hrs, según me contó  después. Ole se negó rotundamente y le aseguró a la militar que prefería marcharse antes que someterse a semejante humillación. Tras varias llamadas telefónicas de la guardia a sus superiores, desistió de registrarla.

A la una de la tarde me sacaron del calabozo. El funcionario de orden interior que me trasladó al pabellón, registró mis pertenencias minuciosamente. Viró el pantalón al revés y revisó el dobladillo de mis ropas. Hasta que no se cercioró de que en mis pertenencias no había ninguna denuncia escrita no me llevó al encuentro con mi mujer.

El peor error de quienes nos custodiaban era no comprender que nuestra memoria nadie la podía revisar y mucho menos borrar. En la mente iban todas mis denuncias y por suerte funcionó esta táctica para desnudar el sistema carcelario desde dentro.

No tengo palabras para describir el encuentro. Nos abrazamos con tanta fuerza y ternura que perdimos la noción del tiempo. No habíamos escogido nuestro destino; el destino nos escogió a nosotros y no nos percatábamos de ello. Ambos lloramos por mucho rato, temblamos de pasión, apretábamos nuestras manos con tanta fuerza que no nos dimos cuenta que nos dañábamos. Olvidamos por un rato que el mundo que nos rodeaba existía, una fuerza sobre humana nos ayudaba a seguir adelante en condiciones adversas.

Nunca he visto pasar tres horas tan rápido ni con tanta intensidad. Nos amamos con ímpetu en ese espacio nuestro que nada ni nadie nos puede arrebatar.

Separarnos después de lo vivido fue duro, pero comprendimos que el amor que nos une nos daría la fuerza para continuar adelante.

Esa noche no dormí. Medité mucho sobre el pasado, el presente y el futuro de nuestras vidas. Sin darme cuenta, corrían lágrimas por mis mejillas. De pronto, el guardia de turno tocó a la puerta de mi celda para servir el desayuno y yo comenzaba a escribir una misiva para mi amada.